NOTAS ACERCA DE LA SITUACIÓN INTERNACIONAL

François Sabado

Este informe se inscribe en la continuidad de los informes acerca de la situación internacional presentados en la reunión del Buró ejecutivo ampliado del 15 de noviembre de 2008: “Tomar la medida de la crisis (I)” (1), y ante el Comité internacional reunidos del 21 al 24 de febrero de 2009: “Tomar la medida de la crisis (II)” (2), informes que han sido publicados en Inprecor y permanecen disponibles en www.inprecor.fr .

1- El momento actual de la crisis

La situación internacional sigue marcada por la crisis global, multidimensional – económica, social, alimenticia, ecológica – que sacude al mundo capitalista. A diferencia de los discursos sobre el “fin de la recesión” o la “salida de la crisis”, la realidad de la economía mundial sigue estando determinada por contradicciones mayores que desembocan en el “hundimiento” en la crisis, en un desempleo masivo, un aumento importante de la pobreza (más de mil millones de seres humanos viven bajo el umbral de la pobreza) y en un riesgo de catástrofes ecológicas cada vez mayores.

1.1 ¿Una « salida de la crisis »?

Desde un punto de vista analítico, los desarrollos coyunturales inmediatos de la crisis duradera que atraviesa el capitalismo globalizado comportan un cierto número de incertidumbres. Ciertamente, la velocidad de la crisis económica mundial se ha ralentizado. Después de haber conocido una recesión generalizada (con tasas de crecimiento negativas del orden del -3 % al -4 % en Estados Unidos y en Europa y del -1 % al -1,5 % a escala mundial), las previsiones del FMI para el año 2010 indican una “ligera recuperación” con una tasa de crecimiento anunciada del 3 %. Esas indicaciones traducen ante todo una remontada de Asia por cuanto a desarrollo se refiere (+7 %, incluso si ello comporta toda una serie de contradicciones), un ascenso que contrasta con el crecimiento “moderado” previsto para Estados Unidos (en torno al 1,5 %) y el débil repunte de la zona euro, que se quedaría en un 0,3%.
En Norteamérica como en Europa, esas “pequeñas recuperaciones” representan más que otra cosa una ralentización de la crisis. Son, ante todo, el resultado de una intervención masiva de los Estados, que han reflotado el sistema bancario internacional (permitiendo de este modo volver a hinchar la burbuja especulativa), así como los llamados “estabilizadores sociales”; es decir, los dispositivos públicos de asistencia y de seguridad social, principalmente en Europa occidental. Esa ralentización tiene que ver también con las ayudas destinadas a incentivar la adquisición de determinados productos, como en el caso de la industria del automóvil. Semejante intervención, masiva y parcialmente coordinada de los Estados, explica cómo ha podido ser contenida la crisis hasta ahora. Esa es la gran diferencia entre la crisis actual y la de los años treinta.

1.2 La crisis continúa

Pero, una vez disipados los efectos de esos dispositivos de apoyo financiero público mundial de estos últimos doce meses, la economía se verá confrontada de nuevo a una serie de problemas coyunturales y estructurales.
- En un plano coyuntural, los Estados y gobiernos se enfrentan a la explosión de la deuda pública, los bancos siguen sin conocer el impacto que acabarán teniendo los “productos tóxicos” en sus cuentas de resultados y se encuentran con problemas de liquidez. Quedan más activos tóxicos de los que han sido devaluados. La conjunción de una nueva espiral especulativa y el descubrimiento de nuevos activos tóxicos puede precipitar un nuevo crac bursátil, que a su vez repercutirá en el conjunto de la esfera económica. Finalmente, el paro y la precariedad, con todas sus destructivas consecuencias sociales, seguirán aumentando y pesando sobre las relaciones de fuerza sociales.
-  En un plano estructural, la situación sigue siendo paradójica: estamos ante una situación caracterizada por una crisis ideológica del sistema neoliberal y por la prosecución de las grandes orientaciones de las políticas capitalistas, reproduciendo las mismas contradicciones. La profundidad de la crisis empuja a las clases dominantes a desplegar una nueva ofensiva contra las condiciones de vida y de trabajo de millones de trabajadores.

1.3 Las contradicciones del modo de acumulación neoliberal se ahondan

A finales de la década de los 70, se instala un nuevo modo de acumulación capitalista con objeto de restablecer una tasa de beneficio que había ido decayendo a lo largo de los años 1960-1970. Sobre la base de una serie de derrotas obreras, la parte correspondiente a los salarios en el valor añadido se ve comprimida, las condiciones de trabajo empeoran y la tasa de explotación se incrementa, se generalizan las privatizaciones  de los servicios públicos, se imponen desregulaciones de las relaciones sociales, los presupuestos públicos se reducen y se aplican planes de ajuste estructural a los países en vía de desarrollo. Todos estos procesos se inscriben en la globalización del mercado, en la constitución de un mercado internacional de la fuerza de trabajo tendente a la unificación donde los trabajadores se ven abocados a competir unos contra otros.
Los beneficios aumentarán, pero, tal como lo muestran todas las estadísticas, no lo hará la inversión productiva. Así pues, esos beneficios se orientan hacia productos más rentables, es decir los productos financieros. Ese movimiento provocará también la desindustrialización de sectores y regiones enteras en América del Norte y en Europa, y/o su deslocalización, particularmente en Asia, y sobre todo en China, que se convierte así en “el taller del mundo”. Se constituye entonces un proceso generalizado de “financiarización” de la economía mundial, hinchando el capital “ficticio” ya existente. Esos mecanismos permitirán, al mismo tiempo, establecer en el corazón de la economía mundial, en Estados Unidos y en Europa, toda una serie de dispositivos de endeudamiento público y privado.
En efecto, la política de la deuda pública y privada compensará durante un tiempo esas distorsiones, hasta la explosión de la crisis. El endeudamiento de las familias permitirá mantener el nivel de consumo… a pesar del descenso de los salarios. La deuda de los países capitalistas avanzados, y en primer lugar la de Estados Unidos, les permitirá vivir a crédito… a pesar de la contracción de su base industrial. La deuda ha diferido la crisis generalizada hasta 2007-2008.
He aquí los dispositivos que se han hundido, con una desvalorización masiva de activos o de segmentos productivos – quiebra y reestructuración de bancos, despidos, cierres de empresas.
Todo el desarrollo de la crisis y sus mecanismos confirman una vez más que no se trata tan sólo de un crisis financiera o bancaria. Es una crisis global del sistema capitalista que resulta de la crisis de todos los dispositivos establecidos para restaurar la tasa de beneficio al final de la década de los 70 y a principios de los 80.

1.4. Una nueva ofensiva del capital: “Todo como antes, o casi y quizás peor”

En período de crisis, el conflicto capital-trabajo se exacerba. Para las clases dominantes, es necesario contener la crisis salvaguardando las posiciones del capital y en particular del capital financiero. El sistema no puede seguir funcionando como antes, pero la defensa de los intereses capitalistas empuja a los gobiernos a proseguir y profundizar las mismas políticas.
Ciertamente, se adoptan algunas iniciativas bajo el patrocinio del G 20 para “controlar” los paraísos fiscales, “encuadrar” el funcionamiento del sistema bancario, o para “acrecentar” los fondos del FMI con objeto de reflotar las quiebras económicas de determinados países.
La crisis ha provocado incluso una crisis de legitimidad del sistema, propiciando aquí y allá declaraciones o gesticulaciones acerca de la necesidad de “moralizar” el capitalismo. Pero hay un abismo entre los discursos y los actos.
Los bancos han aprovechado la crisis y las ayudas públicas para hinchar sus beneficios en detrimento de la producción de créditos, que era el objetivo de aquellas ayudas públicas. Más aún, los inversores se vuelcan de nuevo en la compra de activos del mismo tipo (productos financieros, materias primas, divisas vinculadas a las materias primas), favoreciendo con ello una nueva espiral especulativa.
De hecho, en esta situación de crisis, las clases capitalistas buscan las vías de una nueva ofensiva contra los derechos sociales y democráticos para acrecentar la tasa de explotación del trabajo y proteger a los sectores de beneficios rentistas. Las orientaciones de los gobiernos de los países capitalistas avanzados confirman esa opción de hacer pagar la crisis a los trabajadores y a los pueblos:
- La explosión de la deuda se pagará mediante un aumento de los impuestos y una reducción de los déficit públicos. En ambos casos, las víctimas serán las clases populares.
-  Las reestructuraciones de las grandes empresas se traducen en millones de parados, un aumento de la precariedad, el fortalecimiento de todos los sistemas de flexibilidad. Las mujeres se ven particularmente expuestas a las consecuencias de la crisis. Según la OIT, 22 millones de mujeres pederán sus empleos en el curso de 2009. Ellas serán las primeras afectadas por los despidos masivos en los sectores de servicios, de la sanidad o la confección. Abandono de la escolarización, pérdida del empleo, empobrecimiento… las mujeres son las primeras víctimas de la recesión mundial. La crisis es utilizada para reducir costos, incrementar los márgenes de productividad, redefinir los procesos de trabajo, moldear de nuevo los mercados. De 206 sociedades europeas que cotizan en bolsa, 126 han anunciado 146 planes sociales entre enero de 2007 y marzo de 2009. Las previsiones para los países de la OCDE giran en torno a los 25 millones de parados en 2009 y 2010.
-  La presión sobre los salarios sigue siendo muy fuerte. Los “planes de relanzamiento” se han traducido sobre todo en forma de ayudas a los bancos y a la inversión, es decir a las empresas, pero no en incrementos salariales. Además, en algunos sectores y países, existe una política concertada para disminuirlos, como en el caso de los funcionarios de los Países Bálticos, en Rumania o en Islandia.
-  Se confirman las privatizaciones, salvo en algunos casos – excepciones – como en el sistema de seguridad social argentino o en correos de Japón.
Más de un año después del inicio de la crisis, esas orientaciones zanjan un debate sobre las hipótesis acerca del relanzamiento de la economía a través de políticas keynesianas; es decir, políticas de estímulo de la demanda a través de los aumentos salariales, del desarrollo de los servicios públicos y de la protección social. El control establecido sobre los bancos ingleses dista mucho de los procesos de nacionalización emprendidos a partir de 1945. Ha habido intervención estatal – un “estatismo neoliberal” – para salvaguardar los intereses capitalistas frente a la crisis, pero en absoluto una política global neokeynesiana que, en las actuales condiciones y relaciones de fuerza entre las clases, no constituye la opción de las clases dominantes.
El objetivo de enderezar la tasa de beneficio después de la crisis, en el marco de las relaciones de fuerza - sociales y políticas - de 2009, empuja a los capitanes de industria y a las elites financieras a aumentar la presión sobre los trabajadores, subordinando toda la producción y la organización de la economía a la búsqueda incesante de beneficios. Buscar más y más rentabilidad para el capital sólo puede conducir a la compresión de los salarios, a la explosión de la precariedad, al desmantelamiento de los servicios públicos, a la mercantilización y a la financiarización de la economía. Esta lógica es contradictoria con la satisfacción de las necesidades sociales. He aquí la contradicción que fundamenta nuestro anticapitalismo. El rechazo de esta lógica exige no sólo el combate por una redistribución de las riquezas a favor de las clases populares, sino igualmente la puesta en cuestión de la propiedad capitalista para sustituir a la lógica del beneficio privado la de las necesidades sociales.

1.5. La respuesta capitalista a la crisis ecológica

Es también en este marco donde debemos abordar la crisis ecológica. Concretamente, es la conjunción de la crisis económica y de la crisis ecológica lo que confiere a la crisis actual una dimensión de “crisis de civilización”. Los problemas vinculados al cambio climático transmiten también una agudeza particular a la crisis ecológica. Todas las constataciones científicas coinciden en la urgencia ecológica que hay en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero entre un 50 % y un 80 % antes de 2050, con objeto de no rebasar el umbral de “peligrosidad”, establecido en un incremento de las temperaturas de 1’5 º durante este siglo. Los “3 x 20 %” de la Unión europea para 2020 (es decir, -20 % de Co2, +20 % de eficiencia energética y +20 % de energías renovables) se sitúan por debajo de las necesidades fijadas por el Grupo de expertos intergubernamentales sobre la evolución del clima (GIEC).
* Por otra parte, los proyectos del llamado “capitalismo verde” tienen una doble dimensión: en primer lugar, hacer pagar la factura ecológica – o los déficit públicos bajo pretexto de “tasas ecológicas” – a la clases populares mediante un sistema impositivo que soslaya las responsabilidades de las grandes empresas, y por otra parte, abrir nuevos mercados, en particular mercados sobre el derecho a contaminar. La solución a la crisis ecológica no puede inscribirse en un marco capitalista. La búsqueda incesante de beneficios a cualquier precio sólo puede conducir a la competencia de unos capitales frente a otros. Por esa misma razón, cualquier acción coordinada a medio o largo plazo choca frontalmente con la lógica del mercado. La eficiencia energética no sólo requiere una disminución del consumo de energía, la reconversión de una serie de industrias y la sustitución de combustibles fósiles por energías renovables, sino que plantea también la necesidad de una reorganización del conjunto de los aparatos productivos; una reorganización que tan sólo puede ser abordada desde la coordinación y la planificación, y por lo tanto desde un sistema de propiedad pública y social – y no en el marco de la propiedad privada de los principales sectores de la economía.
* La conjunción de la crisis económica y de la crisis ecológica agravará la crisis alimenticia que afecta al planeta, cebándose particularmente en África. Actualmente, unos tres mil millones de personas se alimentan de modo insuficiente, dos mil millones sufren de malnutrición y mil millones padecen hambre. La destrucción de los cultivos destinados al consumo interno para potenciar la exportación, la especulación sobre los precios de las materias primas, la adquisición de cientos de miles de hectáreas en África y en América latina por parte de Estados como China, Arabia Saudita o Corea del Sur, tornan cada vez más difícil el acceso a la producción alimenticia y agravan las condiciones de vida de millones de campesinos y de seres humanos – el 75 % de los cuales con campesinos o trabajadores agrícolas a quienes se impide trabajar. Lejos de reabsorber esos problemas vitales, superando los desequilibrios actuales y reduciendo las desigualdades, la crisis alimenticia no hace sino ahondarlos.
*  Analizar esta crisis como duradera no significa caer en el catastrofismo. Hay que recordar siempre que no existe situación sin salida para el capitalismo mientras no haya fuerzas sociales y políticas lo bastante fuertes para cambiar el sistema. El capitalismo puede seguir funcionando, pero con un costo económico, social, ecológico y humano cada vez más insoportable. Comprender la crisis actual como una “crisis de civilización” significa tomar la medida de la situación de un sistema históricamente agotado.

2. ¿Una nueva organización del mundo? 

Esta crisis se inscribe en un momento de grandes cambios en el mundo. La crisis ha confirmado y precisado las nuevas relaciones de fuerza entre clases y Estados a nivel mundial. A escala internacional, se multiplican las iniciativas para reorganizar el “mundo de la crisis”.

2.1. ¿Declive de la hegemonía norteamericana? Realidad y límites

La mayor iniciativa viene dada por el nuevo despliegue del poderío americano tras la victoria de Obama. Esa es incluso una de las razones y de las funciones de la elección de Obama: recuperar el control de la política mundial, incluso si ello conlleva no pocas contradicciones, principalmente como consecuencia de la crisis económica (cuestión de la sanidad, reestructuraciones industriales). En ese sentido, tal despliegue vuelve a poner las cosas en su sitio acerca del “declive ineluctable” de la hegemonía norteamericana. La crisis ha debilitado la posición norteamericana. De hecho, esa posición conocía ya una inflexión antes de la crisis, como resultado de la reducción de la base industrial y del endeudamiento de Estados Unidos. Pero Estados Unidos conserva todavía una posición dominante en las relaciones mundiales:
a) En un plano político y militar mantienen una total hegemonía, a pesar de que sus tropas se empantanen en Afganistán y en Irak. Más que nunca, la OTAN bajo dirección de Estados Unidos constituye el brazo armado de las potencias occidentales para dominar el mundo. En América latina, después de haber encajado un fracaso en su política de constitución de la Zona de libre cambio de las Américas (ALCA), la administración norteamericana ha retomado la iniciativa con la cumbre de Trinidad (una política de apertura para relanzar los mercados de Estados Unidos sobre el continente), pero también a través del golpe de Estado en Honduras y el nuevo despliegue de las bases militares en Colombia, hechos que hacen patente su voluntad de hegemonía político-militar en el continente americano.
b) En un plano económico, las dimensiones del mercado americano le permiten seguir representando una parte importante del PIB mundial (entorno al 25%), incluso si esa proporción viene disminuyendo regularmente desde hace unos años.
c)  En un plano financiero y monetario, el dólar sigue siendo la moneda internacional dominante. Se debilita y sufre una competencia cada vez mayor por parte de otras monedas con vocación internacional y por parte del oro como “valor refugio”, pero aún así sigue constituyendo la referencia monetaria internacional. La administración de Estados Unidos se encuentra ante una contradicción: o bien mantiene el dólar a un nivel alto, cosa que exigen en particular los poseedores chinos de obligaciones y de bonos del Tesoro cifrados en dólares – y, en ese caso, las exportaciones norteamericanas se ven penalizadas -, o bien organiza una devaluación competitiva del dólar para facilitar la expansión de los productos de la industria americana – y entonces son el propio dólar y los numerosos activos que tienen como referencia esa moneda quienes caen. Hay que constatar, sin embargo, que a pesar del debilitamiento de la posición económica de Estados Unidos en el mundo, el dólar resiste.

2.2. El papel de China y de los principales países emergentes

Estados Unidos conserva una posición dominante, pero hay que subrayar también el ascenso de las economías de Brasil, Rusia, India y China (los “BRIC”) y, singularmente, el potencial de este último país. La porción que representa China en el PIB mundial sigue aumentando. Sus tasas de crecimiento oscilan entre un 6 % cuando el resto del mundo entra en recesión y más de un 10 % cuando la economía mundial atraviesa fases de expansión. China no ha sustituido a Estados Unidos. Las tesis acerca del “desdoblamiento” entre una China en continua expansión y los centros imperialistas en crisis no ha resistido la prueba de los acontecimientos. China ha sufrido las consecuencias de la crisis, pero no se ha hundido. El papel que desempeñe la economía china en el mundo a partir de ahora dependerá de su capacidad para configurar un mercado interior, para construir un sistema de seguridad social y estimular la demanda mediante una subida de salarios. Si esas condiciones no se cumplen, la dinámica china se verá ralentizada. Los mecanismos burocráticos, la corrupción galopante, la sobreexplotación de los trabajadores emigrantes, pesan negativamente sobre la demanda interna. En un plano mundial, Estados Unidos y China (al igual que otros socios de Norteamérica) están ligados por una relación de cooperación y de competencia, pero en esta etapa prevalece la cooperación.
Es también en ese marco multipolar en el que hay que abordar las relaciones con Brasil, que se ha convertido en una nueva potencia imperialista. En la década de los 60, se evocaba ya la noción de “subimperialismo” para referirse a Brasil; es decir, imperialismo pero potencia secundaria y subordinada al imperialismo norteamericano. Ahora, conviene hablar de un papel secundario en relación con el poderío del imperio norteamericano, pero no subordinado a él. La potencia económica, financiera, social, territorial, energética y militar de Brasil hace de él un socio, pero al mismo tiempo un competidor y un rival del imperialismo de Estados Unidos, sobre todo en el ámbito de América latina. En esa competencia/asociación, Estados Unidos compensará sus puntos débiles en el mercado mundial mediante la utilización de su hegemonía político-militar.

2.3. Afganistán, Irak, Palestina: los centros de las tensiones militares en el mundo

Los conflictos abiertos en esos países siguen representando problemas estratégicos de primer orden para la administración norteamericana. Ahí se juega todavía el liderazgo militar de Estados Unidos a nivel mundial. Una derrota en esos sectores supondría una modificación de las relaciones de fuerza a nivel mundial. Eso explica que, más allá de las contradicciones interimperialistas durante la guerra de Irak, todas las potencias occidentales se alineasen finalmente tras el imperialismo norteamericano. Última iniciativa en este sentido: la reintegración de Francia en la estructura de mando de la OTAN. Complemento al encuentro del G20, la cumbre de Estrasburgo, en abril de 2009, ilustra esa evolución. Al mismo tiempo, Estados Unidos intenta neutralizar a Rusia y a China, abandonando los proyectos de despliegue de misiles en Europa del Este.
La política en esta región es ilustrativa de la nueva orientación americana tras la elección de Obama. Por un lado, iniciativas, discursos, actitudes de “apertura”. Aquí y allá, se hacen referencias a la aportación de la civilización árabe al mundo, se declara “querer el diálogo” con Irán, se presiona al gobierno israelí para que ralentice la implantación de colonias sionistas en territorio palestino. Pero, en los hechos, las amenazas contra Irán se multiplican, la retirada de Irak por parte de las tropas americanas se eterniza, el esfuerzo de guerra redobla en Afganistán y se dejan las manos libres al gobierno de Netanyahou en Israel.
Las razones de la intervención imperialista son múltiples: el control sobre los recursos naturales (el petróleo en primer lugar), la presencia geoestratégica en una región situada en los confines de Rusia, India y China… Pero lo que está en juego en los conflictos de esa región es la capacidad del imperialismo americano para preservar su hegemonía militar. Así pues, las exigencias de retirada de las tropas de Irak y de Afganistán son elementales desde el punto de vista de los derechos de los pueblos así como para debilitar estratégicamente a las potencias imperialistas. En ese sentido defendemos más que nunca, en particular tras los acontecimientos de Gaza, los derechos del pueblo palestino – el cese inmediato de la política de asentamientos, la retirada de Israel de los territorios ocupados desde 1967, el derecho al retorno para los palestinos y una perspectiva que combine “el desmantelamiento del Estado sionista y una solución política en que todos los pueblos de Palestina (palestino y judío israelí) puedan vivir juntos en una situación de igualdad de derechos” (moción del Comité Internacional de febrero de 2009). Desde este punto de vista, nos inscribimos en la campaña internacional BDS (“Boicot, desinversión, sanción”) en solidaridad con el pueblo palestino. Finalmente, el rechazo de las amenazas imperialistas contra Irán no debe conducirnos a brindar nuestro apoyo al régimen de Ahmadinejad, sino al contrario, a la solidaridad activa con las movilizaciones de millones de iraníes a favor de la democracia y contra la dictadura del régimen. Ahí también, como en cada conflicto, nuestra brújula sigue siendo la defensa de los intereses y las luchas de los oprimidos, así como la defensa de sus derechos sociales y democráticos.

2.4.     Una nueva fase de confrontaciones en América Latina

Este continente permanece como el de las resistencias sociales más avanzadas contra las políticas neoliberales y los ataques del imperialismo. De manera recurrente, el continente es atravesado por explosiones y luchas sociales, como acaba de demostrar la crisis en Honduras donde, a pesar de la represión del ejército, el país ha visto como se desarrollaba por vez primera en cincuenta años un vasto movimiento popular de oposición a los golpistas. Las luchas son múltiples. A través de las huelgas obreras en Venezuela, en Argentina o en Bolivia, a través de movimientos de masas de carácter antiimperialista en Ecuador y en Venezuela, o surgiendo como movimientos indígenas en los países andinos o en Centroamérica, las resistencias sociales y políticas están presentes. Hay que subrayar en particular la nueva dinámica de la cuestión indígena. Cientos, miles de indios entran en movimiento para defender sus tierras, sus recursos naturales, su modo de vida frente a los ataques de las multinacionales y de los Estados depredadores. Al mismo tiempo, poniendo el acento sobre un cierto equilibrio entre los humanos y la naturaleza, pueden constituir una referencia de lucha en torno a la defensa del “bien común” y del “buen vivir”. Pero, las clases dominantes no permanecen inertes frente a tales acontecimientos: actúan confrontándose con los movimientos sociales, como en los casos de México, de Honduras, de Colombia, de Perú, de Bolivia y de Venezuela, o bien tratan de cooptarlos – como ocurrió en primer lugar en Brasil con el PT, luego en Argentina (aunque sucediera de manera más conflictiva) con el peronismo, en Uruguay con el Frente Amplio, con la izquierda chilena de Bachelet, con la izquierda salvadoreña…
Todo ello desemboca en tres tipos de gobierno y de situación:
- Los gobiernos de derechas y de la ultraderecha en México, Honduras, Colombia o Perú, junto a oposiciones brutales de sectores de la burguesía en Bolivia, Venezuela y Ecuador, donde no han abandonado la perspectiva de derrocar a Chávez y a Evo Morales. Esos sectores están hoy a la ofensiva, apoyados por las elites político-militares del imperialismo norteamericano. El golpe de estado en Honduras y sobre todo la instalación de nuevas bases norteamericanas en Colombia constituyen buena prueba de ello.
- El segundo tipo de gobierno, con todos sus matices, se manifiesta en Brasil, Argentina, Nicaragua, Uruguay, Paraguay y Chile. Son gobiernos social-liberales que respetan los criterios generales de las políticas neoliberales y que se inscriben en una relación de cooperación con el gran vecino norteamericano, incluso si eso ocurre de modo conflictivo como en el caso del Brasil de Lula. En ese bloque, es Brasil, merced a su tamaño, a sus recursos naturales y a la potencia de su economía, quien domina. Además, hay que subrayar que si en general las experiencias social-liberales en el mundo terminan mal para los partidos que las impulsan y que ven como se reduce su base social y política, ese no ha sido el caso de Brasil. Lula, con su política de “Bolsa familia” ha logrado desplegar una red “asistencial” que le ha procurado una real popularidad.
-  El tercer tipo de gobierno, apoyado por Cuba, es el de Venezuela, Bolivia y Ecuador. Conviene diferenciar, por otra parte, la dinámica de las fuerzas en presencia y de los acontecimientos en cada uno de esos países. Estos gobiernos han desplegado políticas de ruptura parcial con el imperialismo norteamericano, una redistribución de las rentas a favor de programas sociales y de las capas más pobres de la población, brindando apoyo a los movimientos sociales. Estamos a su lado contra el imperialismo norteamericano.
Nos apoyamos sobre todos los debates surgidos de esas experiencias en torno a la noción del socialismo del siglo XXI para defender nuestras propuestas. Pero hay que precisar en este punto las especificidades de cada experiencia. Si Chávez y Morales se apoyan sobre movimientos de masas, con una mayor presión de los movimientos sociales en Bolivia y unas relaciones más “bonapartistas” en Venezuela, los recientes acontecimientos han puesto de relieve una oposición entre el movimiento indígena de la CONAIE en Ecuador y el gobierno de Correa. Las relaciones entre estos gobiernos y el movimiento de masas constituyen una prueba decisiva por lo que respecta al futuro de tales experiencias. Pero, como telón de fondo sigue planteada una cuestión fundamental: el grado de ruptura con el capitalismo, con su lógica basada en la búsqueda incesante de beneficios, las relaciones con las finanzas, el sistema de propiedad… Tanto más cuanto que la crisis ha sacudido los cimientos económicos de estos países. Desde ese punto de vista, tales gobiernos no han aprovechado, hasta ahora, la ocasión que propicia la crisis de avanzar sustancialmente en el camino de la ruptura con el capitalismo y su “modelo productivista extractivo”.

2.5. Europa, sumida en una profunda crisis

Frente a la recuperación norteamericana y al ascenso de los BRIC, Europa ha visto como se deterioraban sus posiciones en el mundo. La crisis ha golpeado de lleno a las economías del viejo continente. Algunos factores propios la han agravado incluso.
El tipo de construcción política de la Unión europea conjugada con las dinámicas divergentes de sus principales economías – las finanzas inglesas, el déficit comercial francés y las exportaciones industriales alemanas – la han conducido a responder de manera parcial, fragmentada, sin verdaderas políticas de coordinación. Los tratados europeos que han puesto desde hace años en el centro de la construcción europea la “competencia libre y no falseada” han favorecido los procesos de financiarización en detrimento de las políticas industriales. De pronto, Europa ha sufrido procesos de desindustrialización, particularmente en Francia. El paro se extiende por doquier. Al mismo tiempo, el déficit y la deuda de los países europeos aumentan peligrosamente.
En el Este, las economías de ciertos países estrechamente dependientes del sistema bancario internacional sólo aguantan gracias a las ayudas internacionales, a base de perfusiones financieras del FMI. Las políticas puestas en marcha – en Hungría, en los Países Bálticos y en Rumania, que llegan hasta la disminución de los salarios de los funcionarios – muestran la profundidad alcanzada por la crisis en dichos países pero también en su entorno.
Por esas razones, las contradicciones internas de Europa se agudizarán. Pueden surgir, aquí y allá, tentaciones proteccionistas, pero no es esa la opción fundamental de las clases capitalistas europeas. Han apostado por la globalización, pero en este proceso carecen de inserción común en tanto que “capitalismo europeo”. Al contrario: son los intereses cruzados entre tal economía nacional y tal multinacional los que determinan las orientaciones fundamentales. La competencia mundial puede doblarse con una competencia intereuropea.
Finalmente, en esta situación de crisis duradera, la ofensiva económica se dobla de una ofensiva política de las derechas. Los últimos resultados de las elecciones europeas confirman esa tendencia, con las excepciones de Grecia y Suecia. Las fuerzas fascistas o semifascistas tienden también a incrementar su presión sobre las situaciones políticas nacionales.
En ese mismo movimiento se afirman igualmente soluciones autoritarias, que se apoyan en particular en las políticas contra los inmigrantes y los sin papeles. La globalización y la multiplicación de los intercambios, el empobrecimiento del Sur por las potencias del Norte, las catástrofes ecológicas o alimenticias, provocan transferencias masivas de población, concretamente desde los países pobres hacia los países ricos. La crisis agrava incluso los fenómenos de explotación y de opresión de los inmigrantes. Los movimientos racistas hacen de ellos sus chivos expiatorios. Eso debe llevar al movimiento obrero a responder, poniendo por delante una política de defensa de los derechos de los inmigrantes.
De un modo más general, se ponen en marcha auténticas políticas de criminalización de las luchas y movimientos sociales, así como sistemas represivos que, en nombre de la lucha “contra el terrorismo”, organizan ficheros, sistemas de escucha, listas, etc., sin el menor respeto hacia los derechos democráticos.
Todas esas tensiones, más allá incluso de los ciclos de la lucha social, pueden conducir al estallido de crisis políticas o institucionales.
En este marco, el proyecto de “Constitución europea”, retomado por el Tratado de Lisboa, pretende permitir al aparato de la Unión europea desempeñar parcialmente un papel absolutista reforzado (presidencia más fuerte, representación internacional única…), imponiendo centralmente y sin control democrático (ni siquiera formal), una política europea a escala internacional. Los Estados miembros conservan en ese marco sus instituciones de democracia formal, cada vez más vacías de sentido frente a las decisiones europeas que “encuadran” la política nacional… en función de compromisos entre las principales potencias imperialistas europeas. Se trata de una Unión europea desigual (formada por “grandes países” y “pequeños”, sometidos a los primeros) donde la población se ve privada de cualquier intervención parlamentaria, incluso formal, como lo demuestra una vez más el resultado del segundo referéndum irlandés. Frente a los planes de la Unión europea, la izquierda anticapitalista debe propugnar una orientación internacionalista de defensa de los derechos sociales y democráticos por una Europa al servicio de los trabajadores y los pueblos.

3.    La evolución de la izquierda y del movimiento obrero en Europa

La crisis de 1929 sirve a menudo de referencia para evaluar la amplitud de la crisis actual. Los años treinta, en un plano social y político, pueden servir también como punto de comparación con el período actual. Los choques sociales y políticos son menos brutales. Los amortiguadores sociales atenúan las confrontaciones. Algunos han caracterizado la situación actual con la fórmula de “años treinta al ralentí”. Las diferencias entre ambos períodos históricos aparecen netamente. Sin embargo ha empezado una carrera entre los asalariados, los movimientos sociales, el movimiento obrero… y las derechas populistas, autoritarias, xenófobas. Hay una polarización en la izquierda como en la derecha. No existe una relación mecánica entre crisis económica y lucha de clases.
Esta crisis se inscribe en unas relaciones de fuerza, sociales y políticas, que se han ido degradando desde hace más de una década. El asalariado ha conocido procesos de reestructuración que han individualizado la fuerza de trabajo y han debilitado estructuralmente la organización colectiva de los trabajadores. El movimiento obrero tradicional ha conocido un declive incontestable. La crisis acentuará todos esos procesos de reestructuración, iniciando incluso algunos nuevos. Sin embargo, en las organizaciones como en las instituciones, se han preservado algunos puntos de apoyo para resistir a la crisis. En esta primera fase de la crisis, la inquietud es grande, el temor a perder el empleo pesa sobre la combatividad de la masa de los trabajadores, pero éstos no están tetanizados, desmoralizados, abatidos. Nuevas generaciones emergen a través de los primeros movimientos huelguísticos. Se manifiestan resistencias a la crisis, incluso si son parciales y desiguales según las situaciones específicas y las relaciones de fuerza de cada país. Pero los efectos sociales y políticos de las primeras fases de la crisis no podían revertir por si solas las tendencias dominantes de la situación. Se han registrado derrotas en empresas, donde se han producido cientos o millares de despidos. En general, y a pesar de las resistencias sociales que se han dado ya en muchos casos, los planes de reorganización capitalista han sido aplicados. Y se anuncian nuevos y muy duros ataques.
Esta situación es tanto más difícil cuanto que las direcciones del movimiento obrero tradicional tienen una responsabilidad mayor en la desmovilización o la desmoralización de sectores enteros del asalariado. Los trabajadores tienen dificultades para ver cómo podrían obligar a retroceder a la patronal y al gobierno. La apuesta de los aparatos tradicionales del movimiento sindical y de la socialdemocracia ha sido acompañar las políticas de las clases dominantes y los Estados frente a la crisis. Ha habido una discusión acerca del volumen y las dimensiones de los planes de relanzamiento, sobre tal o cual medida de reorganización del sistema bancario, pero, globalmente, la socialdemocracia europea se ha inscrito en los planes de la Unión europea. El manifiesto del PSE constituye un buen ejemplo de ello. Ni siquiera ha habido alguna batalla por una alternativa reformista keynesiana. La crisis acelera la institucionalización de las burocracias obreras – capas sociales privilegiadas dentro del movimiento obrero – en el seno del sistema capitalista.
Y, por ende, agrava a su vez la crisis de la socialdemocracia. La evolución social-liberal de los partidos socialistas había zapado ya una parte substancial de su base social y política popular. Pero el retroceso se agrava. En las últimas elecciones europeas, la socialdemocracia ha sufrido una derrota sin paliativos. Las últimas elecciones legislativas en Alemania y en Portugal han confirmado esta tendencia. El SPD ha perdido cerca de 4,5 millones de electores entre 2005 y 2009. El PS portugués ha perdido el 9,5 % de los sufragios en relación con los resultados obtenidos en los anteriores comicios. No podemos descartar tal o cual “inflexión a la izquierda”, destinada a contener esa pérdida de apoyos. Pero, la tendencia principal consiste en profundizar la adaptación de los grandes aparatos del movimiento sindical y de la socialdemocracia a los imperativos de la gestión capitalista de la crisis. Así, tras la política de gran coalición en Alemania entre el SPD y la CDU-CSU, en Francia el Partido socialista prepara y se prepara para construir una coalición con el centro derecha. Este movimiento se inscribe en un proceso más amplio, en el que un número creciente de voces se eleva en el propio seno de la socialdemocracia, propugnando la superación del “viejo PS” y la ruptura con lo que queda de historia del movimiento obrero en esos partidos. Es la misma dinámica que vivió la izquierda italiana con la evolución de sectores enteros del exPCI hacia la tentativa de construir un partido de tipo demócrata a la americana.
En ese proceso, los partidos verdes y ecologistas desempeñan un papel activo. Beneficiándose de las legítimas inquietudes de la población frente a la crisis ecológica, su papel político se acrecienta en Francia y Alemania. Su orientación se sitúa, de modo general, en la perspectiva de una gran coalición de la izquierda tradicional, desde el centro hasta los ecologistas.
Toda esa situación abre un espacio a la izquierda de la socialdemocracia en crisis. He aquí el significado del avance del Bloco de Esquerda en Portugal y de Die Linke en Alemania durante las últimas elecciones, así como del peso que han ido adquiriendo formaciones como la Alianza Roja y Verde en Dinamarca, la izquierda irlandesa a través del movimiento por el “no” al Tratado de Lisboa, o el NPA en Francia.
El fenómeno es global, pero la situación de la izquierda radical es específica en cada país, sobre todo en función de la historia, de las correlaciones de fuerza y del sistema electoral. Existen diferencias políticas substanciales entre los partidos que han optado por una ruptura con el sistema capitalista, que defienden una neta independencia frente a la socialdemocracia, y aquellos que inscriben su proyecto en la gestión del capitalismo liberal y de sus instituciones. La clara delimitación acerca de la negativa a participar en gobiernos regionales o nacionales social-liberales plantea igualmente la necesidad vital de una perspectiva independiente de los viejos aparatos de la izquierda tradicional para reorganizar y reconstruir el movimiento social. En todos aquellos países en que la izquierda radical ha participado en un gobierno junto a la socialdemocracia o el centroizquierda, ha sido satelizada por la izquierda social-liberal. La fuerza de atracción de las instituciones burguesas se ha revelado más fuerte que todas las proclamas antiliberales. He aquí el sentido de la discusión con la dirección de Die Linke en Alemania. El desarrollo de Die Linke representa un paso adelante para la izquierda alemana, pero la orientación que vehicula su dirección – tanto en un plano programático (retorno al “Estado social”, al “Estado providencia”) como en el ámbito de las alianzas parlamentarias y gubernamentales con el SPD – constituye un peligro mayor para la reorganización del movimiento obrero alemán. La construcción de una izquierda alternativa anticapitalista en el seno de Die Linke, así como en el conjunto de la izquierda social y política alemana, permanece como una de las cuestiones clave en Europa.
Finalmente, la realidad de esta izquierda radical en Europa exige más que nunca apostar por la vía del reagrupamiento de la izquierda anticapitalista, en particular mediante la organización de conferencias, debates y campañas comunes.

4. Un programa anticapitalista

La profundidad de la crisis confiere una nueva actualidad a las respuestas anticapitalistas. “¡No corresponde a los pueblos y a los trabajadores pagar la crisis, sino a los capitalistas!”. He aquí la consigna que ha surgido en todas las manifestaciones contra los efectos de la crisis capitalista. ¿Qué contenido debemos dar a esa voluntad popular?
En primer lugar, un plan de urgencia social y ecológico que rechace los despidos y las supresiones de puestos de trabajo, la prohibición de los despidos a través del mantenimiento del contrato de trabajo y del salario garantizado por la empresa, las patronales del ramo o el Estado en caso de paro parcial o total, la reducción de la semana laboral sin reducción de salario, el aumento de los salarios y del poder adquisitivo, de las jubilaciones y pensiones, la defensa y extensión de los servicios públicos, la defensa de los derechos de las mujeres – rechazo de cualquier forma de discriminación, lucha contra todas las violencias de que son objeto las mujeres, por el derecho al aborto, por la igualdad profesional -, una política de grandes obras públicas centradas en la prioridad ecológica (economía de energías, energías renovables, lucha contra la contaminación, transportes públicos, vivienda social, creación de puestos de trabajo en actividades ecológicas socialmente útiles).
La satisfacción de esas reivindicaciones pasa por otro reparto de la riqueza. Si cientos de miles de millones pudieron ser desbloqueados en una sola noche, entonces los beneficios financieros, industriales, bancarios, las grandes fortunas pueden ser fiscalizadas para poder financiar el empleo, los salarios, los servicios públicos y la seguridad social. Los paraísos fiscales que Estados Unidos y Europa han dejado florecer en algunos Estados o principados deben ser liquidados. Hay que implementar medidas simples que pongan fin al dumping fiscal y homogeneicen tramos impositivos elevados, aplicados a los beneficios de las empresas.
Pero la crisis plantea otra cuestión: ¿quién controla, quién decide, quién es el propietario? Es la cuestión de la apropiación pública y social. Será necesario establecer una ley general: emancipar los servicios públicos de las reglas de la competencia, instaurar el monopolio público de los servicios públicos estratégicos. A la propiedad privada de los sectores clave de la economía, oponemos la propiedad pública y social de tales sectores. Urgen soluciones radicales para reorganizar el sistema bancario. El sector bancario y financiero debe ser unificado y nacionalizado bajo control popular.
La combinación de la crisis económica y ecológica desemboca en un imperativo: cambiar de lógica, sustituir a la búsqueda de beneficios a toda costa y al productivismo la exigencia de las necesidades sociales. Esa exigencia requiere reconvertir sectores enteros de la economía para respetar los equilibrios socio-ecológicos, como los sectores del automóvil, de la industria de armamento o las centrales nucleares. El “bien común” constituirá el objetivo de un crecimiento equilibrado, eco-socialista,  lo que comportará necesariamente otorgar un carácter central a la planificación democrática.
Algunos de estos objetivos parecen inalcanzables a la luz de las actuales correlaciones de fuerza. Pero la crisis pone a la orden del día soluciones radicales que exigen una confrontación con las clases dominantes. Este combate requiere movilizaciones sociales y políticas excepcionales. Los debates sobre las relaciones entre luchas parciales, movimientos de conjunto y huelga general, vuelven a estar a la orden del día. En ese marco, los revolucionarios deben combinar integración en el movimiento de masas real, unidad de acción, propuestas de lucha y respuestas socialistas globales. La lucha por arrancar reformas parciales o introducir proyectos de transformación de la sociedad plantea el problema del poder. Los dirigentes socialdemócratas critican a menudo a la izquierda radical diciendo que ésta se zafa de sus responsabilidades y no quiere gobernar. Para desmentir semejantes acusaciones, los anticapitalistas deben demostrar que trabajan para crear las condiciones que permitan a un amplio movimiento de masas auto-organizarse, irrumpir en la escena política e imponer un gobierno popular que aplique un programa social, democrático y anticapitalista. Esa perspectiva de un gobierno de ruptura anticapitalista exige no sucumbir a la participación en gobiernos social-liberales junto a los partidos socialistas o de centroizquierda.

Todas estas batallas deben articularse entorno a una perspectiva socialista, eco-socialista, que represente las líneas maestras de un proyecto de sociedad alternativo, de un nuevo modo de producción y de consumo, y de una nueva concepción de la democracia, de una democracia socialista.
 

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