Sobre la organización política de los sindicatos: Guillermo Almeyra



Sobre la organización política de los sindicatos

Guillermo Almeyra

Martín Esparza y la dirección del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) hablaron, primero, sobre la necesidad de crear una asociación nacional política y, después, una organización política nacional, con base en el SME y en algunos otros sindicatos. Sin embargo, no discutieron esa idea en asambleas de base de los electricistas y postergaron la concreción de su iniciativa, pues, apremiados por la urgencia de obtener una solución gremial positiva no abandonaron del todo las esperanzas de lograr un acuerdo con el gobierno respecto a la organización de una empresa que sustituya a la desmantelada Luz y Fuerza del Centro (LFC), que era la fuente de trabajo de las decenas de miles de afiliados al SME ilegalmente cesanteados por ese mismo gobierno. Ni tampoco perdieron por completo las ilusiones en que el PRI no siga adelante con su antiobrero y reaccionario proyecto de reforma de la Ley Federal del Trabajo (LFT).

 

El obrero es un pequeño productor que vende en el mercado su mercancía, fuerza de trabajo (y eso lo acomuna con otros pequeños propietarios y le hace aceptar el sistema), pero al mismo tiempo es una víctima de una explotación que siente pero no comprende a fondo. Por su parte, el sindicato reúne a trabajadores de todos los niveles de conciencia e ideologías y participa en el mercado de trabajo donde negocia colectivamente el precio y las condiciones de venta de la mercancía fuerza de trabajo con los patrones (los compradores de la misma) y con el Estado, lo que agrava la falsa conciencia de sus miembros y hasta su dificultad para encarar los grandes cambios.

Hay que recordar al respecto que los anarquistas de la Casa del Obrero Mundial lucharon junto a Venustiano Carranza contra los zapatistas –el motor de la Revolución– a los que veían como bárbaros. Para que los sindicalistas se formen políticamente y puedan superar la ideología burguesa que absorben como natural de los medios de comunicación monopólicos y de la educación pública y las capas pequeñoburguesas –artesanales, comerciantes y campesinas– de la sociedad, son necesarias una independencia de clase frente al Estado y a los partidos capitalistas y una acción intensa y persistente. A eso sirve una organización política propia, incluso si la misma no es revolucionaria (cosa que, por otra parte, es imposible desde el comienzo ya que en los sindicatos la pluralidad de ideas y corrientes es la misma que existen en la sociedad y la minoría revolucionaria debe, por consiguiente, convencer a la mayoría que no lo es analizando las experiencias comunes y ofreciendo propuestas eficaces).

Les pregunto a los camaradas del SME: ¿creen ustedes que el PRI, el partido que llevó al gobierno al neoliberalismo desenfrenado de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo y vendió el país, que los que reprimieron ferozmente a los pobladores de Atenco, se va a diferenciar del PAN y no va a continuar con su intento de modificación de la legislación laboral, para dejar a los trabajadores aún más indefensos y acabar con los sindicatos? Cuando en Estados Unidos –en tres importantes estados– se prohíbe el derecho de huelga y el de agremiación, revelando así el intento feroz del capital de superar su crisis rebajando aún más los salarios reales de los trabajadores y tornando ilegal su resistencia, ¿creen que los políticos achichincles actuarán independientemente de sus amos y modelos?

La salvación de los puestos de trabajo y de la existencia misma del SME no vendrá de los pasillos gubernamentales ni de una utópica toma de conciencia de los diputados priístas (que votan siempre junto al PAN contra los intereses del México que construyeron las luchas populares). Sólo la fuerza organizada y consciente y la independencia de clase de los trabajadores de todo tipo defenderá a éstos de la ofensiva redoblada y fascistizante que ya ha causado en nuestro país decenas de millares de muertos y pérdidas de conquistas históricas.

Cada grupo gremial actúa por sus propias reivindicaciones particulares –para eso existe el sindicato–, que no siempre coinciden con los de otros gremios o los de los indígenas, los campesinos, los consumidores. Lo único que puede unir a los trabajadores del campo y de la ciudad, de las empresas y del llamado trabajo intelectual, es un partido propio, una organización política nacional que socialice las luchas, las organice en un solo haz, prepare una huelga general y popular a escala nacional para imponerlas, presente las grandes reivindicaciones nacionales que reúnen a todos.

Esa organización, ese partido obrero basado en los sindicatos y organizado por asambleas de éstos, podría dar un poderoso refuerzo al movimiento cívico que, desde el año 2006, se está organizando y resistiendo al gobierno del capital en el plano legal y de la lucha electoral. Existe también, por supuesto, el peligro de que ese partido obrero sindical sea cooptado por el capitalismo, como le pasó al Partido Laborista inglés, que en su nacimiento era un partido clasista, o como les sucedió al Partido Laborista argentino, que llevó a Perón al triunfo, pero fue corrompido y absorbido por el gobierno de éste, o al Partido de los Trabajadores brasileño. Todo recién nacido, en efecto, corre el peligro de convertirse en narcotraficante, asesino, guarura, panista y contra el mismo no hay otra garantía que la formación cultural y ética por sus parientes y por la sociedad.

Para evitar que un posible partido obrero nacido de los sindicatos sea visto por sus dirigentes como un instrumento de negociación con los partidos y fuerzas procapitalistas, sólo se puede contar con la participación activa de las bases sindicales en asambleas que discutan, deciden, revoquen a los dirigentes si es necesario, con la más amplia democracia interna de la organización y la pluralidad en la discusión de las ideas y con la plena claridad y transparencia de las resoluciones y posiciones anticapitalistas, y no meramente nacionalistas democráticas, que sus fundadores adopten.