a vocera del Consejo Indígena de Gobierno, Marichuy Patricio Martínez (MPM) se presenta a las elecciones presidenciales de 2018 con el objetivo de organizar los pueblos, las comunidades, la población trabajadora y la izquierda anticapitalista para una lucha que supera ampliamente el proceso electoral. Su candidatura confía sólo en la unificación de las fuerzas del pueblo mexicano, que hasta ahora libran una lucha dispersa, y apuesta a la elevación del nivel de conciencia de los oprimidos cuya mayoría actualmente aún comparte la ideología de sus explotadores.
Marichuy tiene conciencia de que carece de una máquina electoral y de que enfrenta la hostilidad de todos los factores de poder
(bloque empresarial, prensa y medios de comunicación del capital, conservadores y oportunistas que buscan ventajas personales en las instituciones estatales, organismos represivos del Estado capitalista, oligarquía gobernante al servicio del capital financiero y del imperialismo estadunidense).
Su propuesta, surgida de los más pobres y apoyada por éstos y por los más conscientes, no busca ocupar posiciones de poder en el Estado capitalista sino crear poder popular cambiando la subjetividad de las mayorías trabajadoras, organizando y reuniendo las fuerzas de éstas, elevando la moral y la autovaloración de los oprimidos para llevarlos a la lucha social y a cambiar el país.
Su participación en el proceso electoral es lo opuesto del electoralismo, de las promesas preelectorales que se olvidan
al día siguiente de las elecciones, de los programas –que-jamás-se-ejecutarán–, de la hipocresía y del engaño electoral, del engaño para conseguir votos que expresan todo el desprecio de quien los obtiene por quienes incautamente se los dan y es lo contrario de la compra de votos por limosnas que quitan toda dignidad a los que venden su ciudadanía por un plato de lentejas.
Por eso, en primer lugar, hay que darle una firma para afianzar su derecho a presentarse en las elecciones organizadas por y para el capitalismo como candidata anticapitalista, mujer trabajadora y exponente avanzado de los indígenas.
La mera obtención de más de un millón de firmas para validar su candidatura sería ya de por sí un gran triunfo organizativo y político porque demostraría que hay una gran cantidad de mexicanas y mexicanos que luchan contra la discriminación racial y contra la opresión de las mujeres y que, por eso mismo, son capaces de firmar para hacer respetar el derecho ajeno dejando momentáneamente de lado las diferencias de opiniones políticas partidarias.
El logro antes de diciembre de la cantidad de firmas que exige el INE será posible por el apoyo de los anticapitalistas, como la Organización Política de los Trabajadores (OPT), el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), la Nueva Central de los Trabajadores (NCT) pero, sobre todo, por el de grupos organizados de trabajadores y de oprimidos y demócratas consecuentes presentes sobre todo en Morena y, en mucho menor medida, entre los simpatizantes de otros partidos y con el apoyo militante de vastos grupos de estudiantes en todo el país que así rendirían homenaje concreto a los 43 normalistas de Ayotzinapa víctimas del terrorismo de Estado.
Firmar el pedido de la candidata indígena no obliga a nadie a dejar de lado otras opciones porque Marichuy no compite con nadie en el campo electoral ya que ese no es su terreno de lucha y porque tiene plena conciencia de que la oligarquía que controla el país como agente del capital financiero internacional jamás reconocería un candidato que no sea de la familia
y, mucho menos aún, uno anticapitalista que, para colmo, movilizaría a las mujeres y a los indígenas y tendría, por lo tanto, gran simpatía en toda América Latina e incluso en Estados Unidos. Compite, en cambio, y mucho, en la disputa por las mentes y los corazones de los oprimidos, contra el hecho aberrante de que existan pobres que aceptan la ideología de quienes los hunden en la pobreza y explotados que creen que su explotador es su benefactor.
En sus banderas MPM se define anticapitalista. La recolección de firmas para su campaña, sin embargo, ganaría en fuerza e ímpetu y tendría mucho mayor eco si a esa fundamental definición general le agregase la exigencia de un plan nacional de trabajo para reducir la desocupación y el trabajo informal y la emigración y recibir a los compatriotas expulsados por Trump.
Sería necesaria asimismo la reivindicación de un aumento general de salarios de 50 por ciento (dada la caída de los salarios reales y el hecho de que la mayoría de los trabajadores no gana tres salarios mínimos), la exigencia de un sostén a la agricultura familiar y ejidal y de una amplia protección legal a los trabajadores mexicanos emigrados perseguidos por Trump y la demanda de priorizar la educación pública, favoreciendo a los más pobres desde la primaria hasta las universidades.
El capital internacional e internacionalista debe ser el anticapitalismo. No es posible un gobierno solamente de indígenas pues éstos son una minoría y necesitan aliados fraternos entre los campesinos y trabajadores de todo tipo. Por eso, para hacer alianzas, hay que definir por cuál gobierno futuro se combate.
Es fundamental además organizar la oposición a la preparación de guerras imperialistas –que implican en todos los países una represión a los movimientos sociales y la eliminación de las conquistas históricas de los trabajadores– y defender los países que debilitaron la cadena del imperialismo y que, como Cuba o Venezuela, son hoy blanco del Pentágono. El silencio refuerza los planes agresivos del capital.
El programa selecciona y forma los cuadros y da conciencia de sí mismos a los habituados a recibir todas las ideas de quienes les oprimen. Precisar el programa anticapitalista, por eso, es indispensable para lo que vendrá en los próximos años.